viernes, 1 de febrero de 2008

dos hermosas autopistas

Desde su mesa, Charles se detuvo en una figura y de sus ojos desembarcó aquella mirada que tienen los hombres más solitarios del mundo; una mujer había entrado al bar.
Se había deslizado como una ligera pluma por entre las mesas y se acomodaba elegantemente al final de la barra. Tenía un vestido verde que no llegaba a cubrir sus hermosas y largas piernas.
Aquel par, como si fueran dos autopistas que recorrían infinitos kilómetros, iban desde sus caderas hasta el suelo cortando el paisaje del triste bar como una navaja recién afilada.
Todos observaban a la mujer de vestido verde. Charles la imaginaba tirada en su cama, por la mañana, con el pelo suelto y revuelto. En ropa interior o simplemente desnuda. Bajo las sábanas, las que sutilmente delineaban el contorno de sus dulces y pequeños pechos, los que ahora se convertían en fantasía dentro de su cabeza.
Charles estaba en otro planeta, en uno familiar. La cerveza quedó de lado y se emborrachó con aquel par de piernas que sin duda alguna le traían recuerdos.
Se levanto y, sin pestanear para no perderla de vista, se dirigió hacia la barra donde ella estaba sentada. Rodeó su banqueta y, por detrás, le susurro al oído:
_ Es fácil vivir cuando uno esta enamorado...y yo estoy tan enamorado.
Ella sonrió y juntó sus hombros, como si sintiera cosquillas por dentro. La escena le trajo el recuerdo de un hombre que adoraba sus piernas y que le susurraba al oido letras de viejas canciones antes de hacer el amor.
Ella volvió su cabeza hacia el hombre que un rato antes había abandonado su botella de cerveza sobre la mesa para aventurarse en el terreno incierto de las palabras que se susurran al oído. Le acaricio la cara y con vos de quienceañera le dijo:
_ ¿Por qué tardaste tanto?

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