lunes, 11 de febrero de 2008

mosca de bar

La barra se despliega frente a mi; soberbia, fría, eterna. Yo estoy en ella, con mi amante preferida, con mi amiga fiel, con mi perro de caza...mi cerveza y yo somos dos almas gemelas separadas al nacer, reencontradas tiempo después, por las amargas y necesarias desgracias que suceden en la vida. Esas fatalidades que le dan formas a las líneas de las manos.
Dentro de este lugar, en dónde mi esqueleto encontró calor y buena companía, las historias se desvisten. Bailan como el humo de los cigarrillos. Desnudas, sin prejucios, descascaradas de vergüenza.
Nos acarician la entrepierna y nos guiñán un ojo. Mi cerveza observa y yo sonrío.
Por el resto del bar, los cuerpos de hombres y mujeres se acomodan en las mesas viejas y, a travéz de sus vasos de vidrio grueso, se sumergen en baños de cerveza tibia. Se relajan, flotan y se dejan llevar, sin pensar en qué tan a la deriva terminarán esta noche.
La vida nos podría haber sido más fácil, pero no nos lo fue. Simplemente nos hizo una mueca desde una esquina y salió corriendo.
Desde esta barra sobervia, fría y eterna pienso que también soy un cuerpo desafortunado.
Me doy cuenta que mi ruina comenzó cuando te fuiste y que, a esta altura, es difícil es no ser una mosca en tu bar.

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